Si señor, aún hay cosas que me cuesta entender. Vayamos por partes. Aparco en la calle Menéndez Pelayo y como allà al lado queda el edificio del gimnasio donde en su dÃa estuvo la palabra «Respira» del Desvelarte 2013, voy a sacarle una foto póstuma porque estos dÃas lo van a derribar para ampliar el parquecillo que tiene alrededor.
Es una calle curiosa, las plazas de aparcamiento son bastante pequeñas y delimitadas por árboles con un blindaje alrededor para evitar que la gente se los cargue. Buscando un ángulo mejor para sacar alguna otra foto, de pronto me fijo y coño, si no eran pocas las complicaciones para aparcar ahora resulta que hay plazas con farola incorporada en el medio y medio… ¿pero quien tuvo la idea de poner esa farola ahÃ? ¿Cuántas plazas de aparcamiento habrán eliminado por el mismo sistema?
Claro, luego pasa lo que pasa, la gente necesita aparcar igual y ahà queda el coche medio subido a la acera, medio sobresaliendo hacia fuera.
¿Qué es lo mejor en estos casos? Nada como un Smart, lo dejas aparcado de través y rÃete de farolas en el medio, de blindajes en los árboles y de todo lo demás.
Manda huevos… aunque eso no es nada, también vi un par de casas con aspecto de estar abandonadas a las que les habÃan puesto un arbolito delante de la puerta del garaje. De momento pase, pero ¿y si esa casa algún dÃa se vuelve a habitar qué hacemos con el arbolito? ¿Trasplantarlo? ¿Cargárselo? ¿Quitarle al dueño la licencia para usar el garaje…?
Allà tenÃa que estar
La semana pasada hubo eclipse, mareas vivas, marea del siglo y sabe dios qué más. Esa fecha la tenÃa apuntada en mi calendario desde septiembre para pasarme por la playa de Somo y comprobar si con la marea más baja del año aparecÃan los restos del dichoso buque «Antártico», hundido allà mismo. Recordemos que hay tres pecios en la playa, el «Elin Christine» perfectamente visible en cuanto baja un poco el agua, el «Gaby» que también reaparece con las mareas bajas y el mencionado «Antártico» del que sólo conseguà ver asomar poco menos que unas sombras. Lástima no tener un dron porque serÃa interesante situarlo justo encima y fotografiar todo lo fotografiable.
Total, que me voy a la playa. Marea baja, baja, baja. Aquello del fondo a la izquierda es el Elin Christine.
Concretamente, esto. Fácil de ver, fácil de tocar, fácil llegar a él aunque yo me lo pensarÃa dos veces.
Cada año que pasa está un poco más carcomido y agujereado, probablemente no lo quiten a la espera de que el mar haga lo que suele hacer en estos casos: desguazarlo gratis.
Menuda sorpresa me llevé con los restos del Gaby. En años anteriores asomaba bastante más, esta vez estaba casi cubierto de arena. Si os fijáis en ésta otra entrada sobre los restos de naufragios se nota que sobresalÃa mucho más. A lo mejor aquà es donde acaba toda la arena que están echando en otras playas de la bahÃa para que el mar una y otra vez se la vuelva a llevar.
HabÃa que comprobar también el estado de los chalets que se quedaron sin terrazas por obra y gracia de los temporales, como no.
Por fin están totalmente reparados los destrozos. La duna de protección que pusieron delante (unos tres metros a lo alto de arena) va desapareciendo poco a poco. Me apuesto que el invierno que viene ya no queda nada.
Esta vez en lugar de un muro recto han hecho un entrante donde se colará el agua y rebotará en el hormigón. Interesante arreglo, habrá que verlo cuando haya oleaje y llegue el agua hasta ahÃ, pero me temo que hasta dentro de unos cuántos meses no podremos comprobarlo.
Un domingo cualquiera (VII)
Finalizamos hoy con la exposición de lo que es un domingo cualquiera en la vida de un fotógrafo itinerante con genes de correcaminos en su sangre, si es que cuando veo el buen tiempo lo primero que me entran son ganas de hacer kilómetros con mi cámara al hombro y de ahà es de donde salen la mayor parte de las fotografÃas que véis aquÃ.
Yendo a la zona de Soba serÃa pecado no pasar por el nacimiento del rÃo Asón, la cascada más famosa de toda Cantabria enmarcada en este valle glaciar.
Qué diferencia con mi paso por aquà mismo el veintisiete de octubre, en que el rÃo simplemente estaba seco y no caÃa ni gota. Esta vez caÃan muchas, pero muchas gotas a la vez. CaÃa abundantemente rompiendo sobre las rocas de abajo y llenando los alrededores de una espumilla hecha de agua en suspensión.
Aquà la cascada, la continuación del rÃo junto al prado y abajo a la derecha veréis dos puntitos negros. Son dos caballos que estaban pastando tranquilamente. Por comparación os podéis imaginar las dimensiones de la cascada.
Insisto, vaya si bajaba con fuerza la cascada. Es invierno asà que los árboles cercanos estaban casi todos pelados.
Porque Ãbamos ya con un cansancio más que notable y escasas ganas de pegarnos otra caminata, que si no hubiéramos podido llegar al pie de la cascada. Si os fijáis bien, en la zona amarillenta de la izquierda se ve un punto color verde fosforito. Ese era un caminante que desde un aparcamiento en una curva se habÃa ido andando hasta allÃ, una caminata que probablemente no lleve más de un cuarto de hora. Se queda para la siguiente ocasión, asà podremos ir pertrechados con un chubasquero porque con la cascada salpicando a toda máquina puede uno acabar hecho una sopa.
Desde aquà ya es enfilar la carretera para irnos camino de Arredondo, subir el puerto de Alisas, bajar a La Cavada y llegar directamente a casa, no sin antes pararnos un par de veces en los alrededores del pueblo de Asón desde el que se divisan unas montañas que me encantan.
Unas son verdes, llenas de hierba y en las que se distinguen ovejas pastando. Otras son amarronadas, abruptas, hechas a base de estratos horizontales. Salvando las distancias, la estructura parece como una cebolla a la que se le hubieran ido hundiendo las capas exteriores.
A mi estas me encantan. Claro que para subirlas tiene que ser una complicación de la leche… vas monte arriba y de pronto aparece una pared vertical que ocupa toda la ladera. ¿Cómo sobrepasas eso? ¿Escalando? Y si la consigues subir, unos metros más adelante aparece otra. Y otra. Y otra. Ser, no será demasiado alta la montaña, pero seguro que acabas aburrido de tanta complicación.
La vÃa estrecha
Seis meses hace ya de mi primer viaje en Feve, el ferrocarril de via estrecha del norte penÃnsular que ahora ya no es Feve ni es nada porque Feve ha quedado integrada dentro de Renfe, que ya no es Renfe ni es nada porque es Adif. Feve era el acrónimo de «Ferrocarriles de vÃa estrecha» y a pesar de su nombre nunca me habÃa fijado que sÃ, la vÃa es realmente estrecha.
Suerte que son lÃneas que no van muy rápido, porque con esa escasez de anchura y esa altura de los vagones no sé qué tal le vendrÃa coger una curva a toda mecha. Para quien esté interesado en los datos técnicos, el ancho de vÃa normal es de 1,668m mientras que los Feve usaban un metro justito. Curiosamente el AVE también usa vÃas más estrechas con 1,435m, que es la medida del ancho europeo.
En ocasiones veo cerdos
ConducÃa por Santander, concretamente por el Alto de Miranda en dirección Tetuán, cuando de repente veo en una esquina un pintarrajo de color rosa… ¡ostras! ¡Si es un cerdo! ¿Lo véis?
Yo clarÃsimamente, que para eso de los cerdos tengo un ojo clÃnico que no veas. Cómo han aprovechado las dos tuberÃas del desagüe para hacer el hocico y el resto con cuatro manchas de pintura asunto arreglado. Lástima que no haya otro desconchón por la derecha haciendo de oreja porque entonces ya era clavadito, clavadito.
Comiendo carne cruda
Pues sÃ, asà como suena. Quien me lo iba a decir, me gustó y hay ganas de repetir… tengo que revisar el árbol genealógico de la familia a ver si hubo algún hombre-lobo de estranjis porque nunca me lo hubiera imaginado. Me explico, por cuestiones de las ocupaciones de mi parienta nos llevaron a comer a un local abierto hace poco llamado «La Taberna del Herrero«, cerquita del Museo de Arte de Santander. De primero una sopita castellana, con lo desapacible que estaba el dÃa sentó de maravilla.
De segundo quesito caliente para untar en rebanadas de pan, con nueces y «orejones». Yo, salivando como los perros de Pavlov. Pero qué bueno estaba todo. Menudo descubrimiento este local.
El siguiente… un steak tartar. Trocitos pequeños de solomillo crudo con especias y otras cosillas mezcladas. En principio da un poco de impresión eso de comer carne cruda, pero mira, sorpresa lo bien que sabÃa. Fuertecillo, especiado, textura blandita, oye, que picas un poquito, luego algo más, más y más y ya no puedes parar. Un hurra para el cocinero porque menudo artista está hecho.
Aún nos faltaba el postre, tarta de queso con mermelada de frutas del bosque por arriba también de sobresaliente. Todo eso regado con un vino casero que entraba de miedo. No es por pelotear, pero pocas veces salgo tan a gustito de un local como salà de aquÃ. Habrá que planificar la próxima visita, que se lo merece.
Reapareció el banderolo
Me preguntaba a finales de noviembre donde se habÃa ido la bandera, que ya no ondeaba sobre el mástil en lo alto del edificio del Banco de Santander. Hace una semana pude comprobar que ha vuelto. Probablemente puesta a buen recaudo para protegerla de los rigores invernales, temporales, ventarrones y otros fenómenos meteorológicos que tanto han abundado este invierno que parece interminable, otra vez luce en todo lo alto. Tampoco es que me quitara el sueño, pero como buen observador siempre me pregunto aquello de «¿Qué estaba y ya no está, qué está y antes no estaba o qué hace algo diferente a lo que hacÃa?» y cualquier objeto, ser, ente o ectoplasma que dé positivo en alguna de las tres preguntas ya es buen motivo para una entrada en el blog.
Con ganas de volver
¿Donde? A Burdeos. Palabrita. En abril hace un año de mi paso por allÃ. Fue una ciudad que me dejó impresionado. Me encantó. Tiene de todo, es monumental, con lo que me gustan los edificios señoriales se disfruta cantidad por la zona céntrica con el Palacio de la Opera.
Con edificios como estos y todos los que hay hacia la izquierda, con las avenidas semipeatonales por las que puedes callejear con tranquilidad, ese tranvÃa que permite moverse fácilmente de un lado a otro de la ciudad sin cansarte…
El rÃo, los jardines, hasta con las farolas me quedaba ensimismado porque vaya diseño tan distinto a lo que se ve por aquÃ. Gustarán más o menos pero diferentes sà que son.
Varias puertas medievales para entrar a la zona antigua de la ciudad, algunas con torre incorporada como ésta llamada Porte Cailhau perfectamente integrada en medio de los edificios. Se puede ver en el Street View de Google y ya me contaréis si la zona no está bien maja.
¿Y esto del suelo? Por extraño que parezca, es una fuente. El agua sale del chisme plateado de arriba, baja dando vueltas alrededor de los otros con unas acanaladuras en el suelo para evitar que se disperse y finalmente se va por la rejilla que se ve a la derecha. No es espectacular, pero cuando pasé por delante me quedé mirándola con esa expresión de «ostras, qué invento más curioso…».
Y todo lo que me dejo en el tintero… el casco viejo, las pastelerÃas, iglesias que lucen en el arco sobre la puerta imágenes de cangrejos con tiara de obispo…
Zonas de tiendas, un montón de estatuas, torres, fuentes, restos de la ocupación alemana y eso sin irnos a los alrededores, que estamos hablando de una zona repleta de viñedos, bodegas, chateaus y naturaleza. Lo dicho, si no la conocéis merece la pena dedicarle de cuatro dÃas a una semanita porque se disfruta de verdad.
Un domingo cualquiera (VI)
Vamos con el penúltimo capÃtulo de mis andanzas domingueras a principios de marzo. El quinto episodio era en las cascadas del rÃo Gándara y de allà salimos en dirección al nacimiento del rÃo Asón, aunque conmigo ya se sabe, uno va para un lado pero el destino lo acaba llevando para otro y acabo sabe dios dónde. Pasó lo que tenÃa que pasar. Llego al cruce por el que se va al puerto de la Sia. Esa misma mañana habÃa visto la situación de los puertos de montaña y lo daban como abierto pero con obligación de cadenas. Qué cosas… para necesitarse cadenas yo dirÃa que hay poca nieve, asà que eso hay que verlo de cerca. Allá vamos, total son diez minutos de desvÃo (que luego se convierten misteriosamente en cuarenta, pero bueno, siempre me pasa lo mismo asà que ya no me asusto). Para quien no lo conozca, el puerto de La Sia es un paso a 1246 metros de altura por allá arriba, al fondo a la izquierda.
HabÃa nieve, pero sigo diciendo que no era mucha para lo que es esta zona. Unos dÃas antes (cuando el gran temporal de febrero) todo esto estaba requetecubierto de blanco y la carretera absolutamente impracticable.
Cabañas entre las montañas, debe ser entretenido lo de quedarte aislado una semana aquÃ, sin internet, no sé si habrá televisión, sin posibilidad de alejarte más allá de unos metros porque te entierras en la nieve o la ventisca te vuelve a meter dentro de casa. Algún año hay que experimentarlo, de veras.
Allá vamos poquito a poco, sube que te sube sin parar y efectivamente, no hacÃan falta cadenas para llegar arriba. Fijaros cómo la carretera estaba despejada. En algunas zonas más cercanas a las laderas sólo estaba libre el espacio que habÃa dejado la quitanieves al pasar (uno de los dos carriles) pero para el escaso tráfico dominical llega y sobra. Este es el Batman que hay delante del refugio situado en lo alto del puerto.
La curiosidad siempre pudo conmigo, asà que una vez arriba oigo esa vocecita en mi cabeza que me pregunta «¿Y por el lado burgalés del puerto estará igual de nevado?»… vaya… ¡eso hay que verlo! Empieza el descenso de otra vertiente y sà que habÃa más nieve, unos sesenta o setenta centÃmetros por los lados. La carretera era nuevamente sólo un trozo del ancho que limpia la quitanieves.
Aquà se aprecia mejor. La parienta, que no es mucho de pasar frÃo, por eso de no irse sin tocar la nieve abrió la ventanilla, sacó el brazo y hala, a toquetear los laterales mientras circulábamos para quitarse el antojo. Sólo le faltó hacer una bola de nieve y tirármela.
Nada que ver con la parte cántabra. Si aquà aún ahora se podÃan sacar fotos como ésta veinticinco dÃas después del gran temporal, no me quiero ni imaginar lo que debió ser esa primera semana de febrero con todo lo que cayó. En algunos lugares veÃamos un metro de nieve, ¿qué habrÃa hace tres semanas? ¿Dos metros de nieve acumulada? ¿Tres?
En fin, ¿entendéis porqué mis desvÃos de «diez minutos» se acaban convirtiendo en cuarenta. En cuanto vimos que disminuÃa el grosor de la nieve buscamos un lugar donde dar la vuelta y hala, desandando el caminito para irnos definitivamente al Nacimiento del Asón antes de que se vaya el sol y me quede sin luz para inmortalizarlo.
Andar sobre las aguas
Este fin de semana pasado tuvimos mareas vivas con un coeficiente enorme, probablemente el mayor de todo el año. TenÃa apuntadas un par de cosillas para hacer en un caso como ese y una de ellas era intentar llegar a la Isla del Castro, el islote que se ve frente a la playa de Covachos.
En esta foto cielo y mar impresionan, pero con una marea muy baja sucede lo mismo que con la playa de Amió: reaparece una lengua de arena por la que se puede caminar sin problema y llegar a la isla, que vista desde lejos tiene una estructura la mar de interesante a base de placas de piedra en diagonal e incluso un par de cuevas entrando en la roca.
Sólo hay que tener cuidado con una cosa: andar ligerito para volver antes de que suba la marea otra vez. Suerte que al final no fui, porque conociéndome a lo mejor acabábais leyendo en el Diario Montañés algo de un tontolhaba que habÃa tenido que ser rescatado por el helicóptero del 112 al haberse quedado aislado por la marea en la Isla del Castro…